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Enfrentarse a la pérdida de un hijo
Cómo vivan los padres los primeros momentos tras el fallecimiento de su hijo o hija es clave para determinar el modo en que afrontarán la pérdida el resto de sus vidas. Quienes han pasado por una situación como esta, coinciden en haber experimentado una amalgama de sentimientos inicialmente irreconocibles y, muchos de ellos, incluso contradictorios.
A continuación, un repaso de los más frecuentes:
Los sentimientos tras recibir la noticia
Al recibir la noticia, por lo general, se entra en estado de shock. La mente, para protegernos del dolor, nos transporta a un plano en el que se experimenta una desconexión con el mundo real, con una asombrosa ausencia de sentimientos, pese que cabría esperar lo contrario. El dolor es de tal envergadura, que no podemos reconocerlo. Todos coinciden en decir que «no parece que te esté pasando a ti». Este estado mental puede paralizar o bloquear e, incluso, provocar lagunas que no permiten recordar más tarde todo lo sucedido.
En esos primeros momentos, se sabe lo que ha ocurrido, pero se cae en la negación y la incredulidad, ambas formas de no querer aceptar lo que ha pasado. Además, la percepción del tiempo varía para los progenitores afectados. Todo transcurre más despacio para ellos, en un intento inútil de parar el tiempo. Sin embargo, el mundo sigue moviéndose a la misma velocidad y obliga, en un momento de ausencia de fuerzas, a tomar decisiones difíciles, muchas de ellas por inercia, casi sin pensar.
Pero esta anestesia de sentimientos acaba por disiparse, dejando paso inevitablemente al dolor. El dolor se vuelve entonces una sensación física, como si una parte fundamental del propio ser se hubiera ido. Cuesta entonces respirar y se experimenta una enorme sensación de vacío. En un momento dado, los sentimientos empiezan a cobrar identidad y, al dolor, se unen la tristeza el cansancio físico propiciado por la falta de sueño. Todo ello lleva a los padres a un estado de abatimiento sin precedentes en sus vidas.
En medio de todo este torbellino, surge inevitablemente la pregunta “¿por qué?”. Entonces, se hace un repaso de todas las decisiones tomadas o dejadas de tomar y se abre la puerta de par en par a la culpa. Para no caer en obsesiones, lo importante es reconocer que se puso empeño en que todo saliera de otra manera y eliminar así los pensamientos nocivos que asaltan a los progenitores.
También se siente fracaso, por no haber sabido evitar los sucedido; impotencia y rabia, por no poder hacer ya nada al respecto; también miedo, a convivir con el dolor y la carga de la pérdida; e incluso alivio, por extraño que parezca, porque después de días o incluso años de sufrimiento para el niño, por fin todo acaba y descansa en paz.
El entorno y las personas, factores determinantes para afrontar la situación
A menudo, los hospitales son fríos, ajenos y carentes de calma. Por eso, en este ambiente, la intimidad se hace más necesaria que nunca. Es fundamental para los padres poder estar a solas con sus hijos o hijas y expresar sentimientos, llorar, compartir recuerdos y despedirse. Estar en un ambiente desorganizado aumenta la inseguridad, por ello hay que lograr que los padres no pierdan la sensación de control.
Más importante que el lugar, son las personas que nos rodean en estos momentos difíciles, y, entre ellas, el personal sanitario juega un papel especialmente importante. El equipo médico debe explicar las cosas con claridad para ayudar a los padres y madres a entender lo que está pasando. Esto facilitará la gestión emocional en un futuro. A este respecto, el personal sanitario debe evitar tanto el silencio como la información innecesaria.
Que nos hablen con sensibilidad y recibir un trato cercano es imprescindible. Un hijo o una hija no debe ser tratado como un «caso clínico» despersonalizado. La empatía recibida siempre se recuerda con cariño. Los progenitores también agradecen tener la posibilidad de elegir y que no presupongan lo que es mejor para ellos.
La presencia de la familia y de los amigos reconforta y consuela, tanto en los primeros momentos como en los meses posteriores. Se valora mucho la empatía, así como toda la compañía y el cariño respetuoso que se ofrezca, siempre y cuando se dejen espacios de soledad para no llegar a agobiar. Es importante que los acompañantes respeten las decisiones tomadas por los padres, sin críticas ni imposiciones.
La familia y amistades deben apoyar a los padres con los asuntos prácticos y trámites. Es una gran ayuda contar con una persona de confianza que se ocupe de ofrecer a los padres las distintas alternativas entre las que pueden elegir en un momento tan difícil en el que no se tiene la mente fría, respetando después sus preferencias y ayudando a llevarlas a cabo.
La muerte se trata en nuestra sociedad como un tema tabú. Por desgracia, este silencio aísla más que ayuda. Es un error frecuente no hablar del hijo perdido por miedo a hacer sufrir a los padres y madres cuando están presentes. Por el contrario, tienen la necesidad de recordarlo y de ver que es recordado por los demás.
La atención a la pareja y a los otros hijos o hijas
Hasta ahora hemos hablado de los progenitores como un único ente, pero las relaciones de la pareja se ven tremendamente sacudidas por la perdida de un hijo o hija. No en vano, el proyecto familiar se ve gravemente dañado.
No siempre los dos progenitores afrontan el duelo por el mismo camino ni al mismo ritmo. Hay que tener muy en cuenta que hombres y mujeres no responden del mismo modo ni tienen las mismas necesidades ante la muerte de un hijo/a. Un miembro de la pareja puede sentir, por ejemplo, que al otro no le importa la muerte lo suficiente (quizás porque no llora o porque no quiere hablar del fallecido). A veces, la necesidad de parecer fuerte, puede interpretarse por el otro como falta de interés.
Por eso, es fundamental mantenerse unidos, evitando los reproches mutuos, respetando los ritmos de cada uno y llegando a acuerdos para salir juntos adelante. Para esto, es necesario hablar y expresar las emociones, pedir lo que uno necesita y atenderse mutuamente. Si las bases de la pareja son sólidas, saldrá adelante, incluso reforzada. Si no, la cosa puede acabar en separación. Si se observa que se produce un distanciamiento y que la relación se deteriora día a día, es conveniente acudir a un profesional para solicitar ayuda y superar las dificultades.
En el caso de tener más hijos o hijas, es conveniente que la pareja no les descuide y atienda todas necesidades. Ellos también viven la pérdida y hay que atenderles adecuadamente, acorde a la edad que tengan. Menores y jóvenes deberían retomar sus actividades lo antes posible para minimizar la sensación de descontrol que produce la pérdida.
Lo normal es que los progenitores no puedan ocuparse de estos cuidados en los primeros momentos, por lo que es conveniente solicitar ayuda a alguna persona cercana a la familia y al menor. Al igual que ocurre con los adultos, a los hijos/as no hay que negarles el dolor. Hay que permitirles que expresen su tristeza. Los expertos recomiendan hablar con la mayor sinceridad y naturalidad posible del hijo fallecido, incluso de la tristeza que todos sienten.
Claves para enfrentarse a la pérdida
En situaciones de duelo, las emociones y los pensamientos no son en sí mismos buenos o malos, pueden ser muy variados y depende de cada persona, y de los aspectos que envuelven la circunstancia. Cada una de las reacciones que tenemos ante una pérdida forma parte del proceso de duelo y, por tanto, es necesaria para avanzar en esta etapa. Es importante que nos permitamos expresarnos tal y como nos sentimos y no luchar contra nuestras emociones.
Si no nos damos permiso para sentir de tal manera, fácilmente estos pensamientos y emociones podrían llegar a enquistarse. Esto podría dificultar el duelo, que es el proceso por el que todos pasamos cuando vivimos una pérdida que para nosotros es importante y que, además, es necesario para lograr retomar el equilibro vital y emocional.
Ante estas circunstancias es frecuente que nos invadan continuamente preguntas de difícil respuesta. La necesidad humana de darle sentido a los sucesos nos lleva a buscar justificaciones alternativas cuando no recibimos explicaciones que nos resulten convincentes. Esto puede explicar la tendencia a sentirnos culpables cuando alguien a quien queremos desaparece de nuestras vidas: “Debería haberle dedicado más tiempo”, “no tendría que haber tomado esa decisión”, por ejemplo.
Si detectas que este tipo de pensamientos pasan por tu mente de forma recurrente, es importante que los compartas con otra persona, esto facilitará que expreses cómo te sientes y abrirá una nueva puerta hacia el diálogo y la discusión de los mismos. Si no te encuentras preparado para dar este paso, podrías comenzar por escribir sobre ello como una forma de ir sacando ese “veneno” que, de alguna manera, te está haciendo daño.
Por otra parte, no hay que avergonzarse de utilizar el llanto como desahogo, a veces acompañados y a veces en la intimidad. Es un recurso natural que resulta necesario para aliviar la tensión emocional y nos ayuda a dar pequeños pasos para avanzar en este proceso.
Es habitual que, por más que nos quieran intentar consolar, sintamos que nadie es capaz de entender nuestro sufrimiento, sin embargo hay que saber que existen más personas que diariamente pasan por las mismas situaciones o similares. Los grupos de ayuda mutua y terapéuticos pueden ser buena compañía durante el proceso de duelo, no es necesario vivirlo solo. En este sentido, podemos contactar con asociaciones como Alma y Vida, que está formada por padres y madres que han perdido a sus hijos, y ofrecen apoyo durante el proceso de duelo.
Sabemos que la mente nos puede jugar muy malas pasadas, es necesario que los malos momentos vividos no acaparen nuestros recuerdos. Para ello es importante tratar de buscar todas aquellas situaciones agradables, alegres, tranquilas y positivas que pasamos con la persona querida. Nutrirnos de estos buenos recuerdos nos ayuda a tomar una perspectiva diferente, a salir del bucle formado por pensamientos negativos y lograr ver que, a pesar de la pérdida, esa persona ha podido ser partícipe de todos esos buenos momentos.
Posiblemente, este ejercicio también resulte difícil y doloroso, sin embargo puede facilitar afrontar la ausencia y tomar conciencia de que no todos fueron malos momentos y que aquellos que disfrutó formaron parte de su vida.
Incluso de las situaciones más difíciles y extremas de la vida aprendemos algo. A lo largo de este proceso descubriremos ciertos aspectos de nosotros mismos que desconocíamos, incluso de los demás o de la vida en general. De esta manera continuamos aprendiendo y evolucionando como seres humanos. Hacer esta lectura permite tomar una perspectiva distinta de muchos aspectos de la vida.
Es frecuente que algunas personas tiendan a aislarse, pensando que no necesitan el apoyo de otros o que los demás “deberían” saber lo que requieren en ese momento. Las situaciones de duelo son difíciles para todos, principalmente para el doliente, pero también para aquellos que quieren ayudar al que sufre, en este caso, a la familia afectada. Por eso mismo, es importante que no nos quedemos esperando a que los demás adivinen cómo queremos que actúen, expresar lo que necesitamos y queremos en cada momento facilitará que la ayuda que recibamos sea la que deseamos tener.
Realizar el esfuerzo de sonreír o tratar de estar más tranquilo y animado en algunos momentos, es una forma de afrontar este proceso que resulta muy positiva pues nos hace retomar el espíritu de lucha y superación. Sin embargo, tampoco es necesario forzarse a estar bien todo el tiempo ya que no sería algo natural y no nos permitiría tener esos momentos de encuentro con nuestros sentimientos más profundos.
La duración del duelo no depende tanto del tiempo que transcurra, sino de qué se haga en ese tiempo con los sentimientos, los pensamientos y la actitud que se tome. Cada caso es particular y cada persona tiene su propio ritmo que debe ser respetado tanto por nosotros mismos como por los demás.
A pesar de lo comentado y de los diferentes intentos que hagamos podemos pensar que nos puede venir bien “un impulso extra”, en este caso, es fundamental que no dejar de buscar la ayuda psicológica que profesionales especializados pueden ofrecer.
Desde la Asociación Corazón y Vida nos ofrecemos a acompañarte durante este largo camino. Puedes contactar con nuestra entidad en el momento que lo necesites, respetando tu espacio y tu propio ritmo.
Bibliografía
- Primeros momentos tras la pérdida de un hijo
- Volver a vivir tras la pérdida de un hijo
ABC
- Cómo sobrevivir a la muerte de un hijo
Vivir la pérdida
- La pérdida de un hijo: una muerte, dos duelos
Sobre el Autor: Asociación Corazón y Vida
Corazón y Vida es una asociación sin ánimo de lucro que trabaja por mejorar las situación de las personas con cardiopatías congénitas.
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